Literatura y justicia
Hoy, de repente, como un verdadero hallazgo, mi tolerancia para con los demás me ha llegado también a mí (¿por cuánto tiempo?). Aproveché la cresta de hola para ponerme al día con el perdón. Por ejemplo, mi tolerncia conmigo misma, como persona que escribe, es perdonar el no saber aproximarme de manera "literaria" (es decir, transformada por la vehemencia del arte) a la "cuestión social". Desde que me conozco, el hecho social ha tenido en mí más importancia que cualquier otro. En Recife, los mocambos fueron la primera verdad para mí. Mucho antes de sentir el "arte", sentí la belleza profunda de la lucha. Pero es que tengo un modo simplón de aproximarme al hecho social; lo que yo quería era "hacer" algo, como si escribir no fuese hacer. Lo que no consigo es utilizar la escritura para eso, por más que esa incapaciad me duela y me humille. El problema de la justicia es en mí un sentimiento tan obvio y tan básico que no consigo que me sorprenda –y sin sorprenderme no consigo escribir–. Y también porque para mí escribir es buscar. El sentimiento de justicia nunca ha sido para mí una búsqueda, nunca llegó a ser un descubrimiento, y lo que me asombra es que no sea igualmente obvio para todos. Soy consciente de estar simplificando de manera muy elemental el problema. Pero por tolerancia a mí misma, no me vergüenzo del todo de no contribuir a nada humano y social por medio de la escritura. Es que no se trata de querer, se trata de no poder. De lo que me avergüenzo, sí, es de no "hacer", de no contribuir con acciones. (Aunque la lucha por la justicia lleva a la política, y yo ignorante me perdería en sus meandros). De eso me avergonzaré siempre. Y ni siquiera pretendo castigarme. No quiero, por medios indirectos y retorcidos, conseguir de mí misma la absolución. De eso quiero seguir avergonzada. Pero de escribir lo que escrito, no me avergüenzo; siento que, si me avergonzase, estaría pecando de orgullo.