Este el momento en que todos nos encontramos en el mismo centro de la tormenta. Con la descarga lluviosa se dibuja el perfil de las nubes que, nocturnas, aparecen confundidas en una misma masa indiferenciada. Cada relámpago produce un contraluz, desarma la unidad confusa, amenaza con el ruido al instituir la identidad fugaz de la nube. Y sin embargo, parecemos ignorar que toda esta rabia no es sino el resultado de la disolución abrupta de un agua precipitándose en cortinas impenetrables, mezclando todas sus configuraciones físicas hasta el agotamiento final. Una tormenta desatada en la que el agua se ve forzada a manifestar su multiplicidad, a encarnarse tortuosamente en todas sus formas.
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