Hace un par de días terminé de leer "Fuego en el fuego" (de Felipe S. Vega-Leiva), texto de factura inusual por varios motivos. Pero antes de hacer las precisiones sobre qué hay de infrecuente en él, cabría hacer -al menos- una revelación. En la medida que existe una experiencia de 'espacios de militancia compartida' entre el autor y yo mismo, no puedo eludir una compulsión de complicidad; si creo tener algo que decir, no es desde la crítica desinteresada. (Aquí la escritura siempre es puntada con hilo).
De seguro, lo que más me llama la atención de "Fuego en el fuego" es su formato. Siguiendo una cronología estricta, que se desenvuelve entre agosto de 2011 y septiembre de 2012, el relato adoptó la forma de un folletín (o novela por entregas, si quisiéramos usar la expresión más rigorista) que, a su modo, enmarca la atmósfera creada por el texto. Vale decir, las condiciones de aparición de "Fuego en el fuego", su desenvolvimiento literal, prefiguran las claves de lectura que parecen más apropiadas. Cada uno de los cinco capítulos toma por título una consigna de protesta. Frases sueltas que nos resultan habituales -me lo resultan, al menos- y que apelan a un substrato común de vivencias. Es, finalmente, una literatura que se hace desde la acción política.
No me interesa abundar en los detalles mismos de la trama. Para estos efectos, podría bastar -pero esto es inflingirle un daño a parte del texto, y lo sé- con decir que se trata de una actualización de la Bildungsroman, en clave de mixtura. Lo que se mezcla aquí, con el ojo puesto en Pedro Paulo Silva Silva, es la formación de una conciencia estudiantil a la vez que sexual; el aparecer en escena de un sujeto que dibuja el tránsito entre lo apolítico y lo reivindicativo en su doble estatuto. Y es ya con este gesto que empiezan a borbotear las preguntas más inquietantes.
¿Por qué recurrir, en un momento histórico-literario como el presente, a esta forma literaria, al parecer agotada ya a mediados del siglo XX? ¿Qué explica una opción como el realismo narrativo más sencillo (en el sentido del término que lo opone a 'afectado', 'recargado') si es que se encuentra disponible un repertorio tan amplio de experimentos escriturales de los cuales se podría armar un pastiche más 'ondero'? Lo cierto es que "Fuego en el fuego" hace sólo leves guiños a la soltura de la palabra, y mucho más en el sentido de la adjetivación lemebel-esca ("la curiosa mano adolescente y enyegüecida", "la tiranía masculina y milica") que en los quiebres narrativos o en la fragmentación del relato.
Aquí, en la visible inactualidad de "Fuego en el fuego", se manifiesta la clave que creo ver en su formato. Si se rehúye del vanguardismo narrativo, ello bien puede responder a algo más que una cuestión de pericia escritural -que, por lo demás, no me encuentro en condiciones de juzgar-. ¿Arcaísmo? De seguro. El tono del texto no está de moda, sino todo lo contrario. Apela a materiales desgastados y busca construir, desde ahí, un relato que ofrezca la posibilidad de pensarse como parte de una historia entrecruzada y violenta. Trayecto que hemos dibujado, desde muy distintas posiciones, un número considerable de compañerxs. Camino difícil y aún inacabado, este proceso de formación de una colectividad mayor -cuyo nombre y destino siguen inciertos- no logra ser expresado del todo en las volteretas 'neo' y 'post' que han significado el salto a la fama (pero esto es algo debatible, si es que miramos con sólo un mínimo de criticismo la escuálida condición de nuestro campo literario) de una pandilla juvenil de disidentes con ganas de cámara al costo que sea.
En efecto, "Fuego en el fuego" no podría ser lo que es si recurriera a esos códigos: literatura para lxs amigxs y lxs compañerxs, ese esfuerzo solidario por decirnos algo, por armarse un lugar en el mundo con los pedazos desgalgados del lenguaje post-dictatorial. Puede ser osado -pero alguien dijo una vez que en Latinoamérica la crítica tiene que ser un riesgo mortal-, pero me parece que, con toda su modestia, con su renuncia discreta a la ampulosidad verborreica y al farandulismo escandaloso, "Fuego en el fuego" resulta un aporte a la construcción de una cultura de la disidencia sexual. Llegará el momento de los balances, por ahora corresponde dar todos los tumbos (escriturales, musicales, visuales) que sean necesarios. Y si ello implica volver sobre las formas desahuciadas, habría que preguntarse quién ha firmado el certificado de defunción y si es que los beneficios que de ello se obtienen van asociados al no-poder-decir. Cierto: la literatura militante nunca debiera bastarse con la militancia -debe aspirar, en el núcleo de su militancia, a ser la mejor literatura que le cabe-, pero en este momento histórico la urgencia, creo, pasa por darle un inicio a esa escritura con los materiales que nos permitan volver a mirar y a leer. Apuesto, entonces, por la complicidad de lo que está pasado de moda, por la capacidad liberadora de este reciclaje solidario.
De seguro, lo que más me llama la atención de "Fuego en el fuego" es su formato. Siguiendo una cronología estricta, que se desenvuelve entre agosto de 2011 y septiembre de 2012, el relato adoptó la forma de un folletín (o novela por entregas, si quisiéramos usar la expresión más rigorista) que, a su modo, enmarca la atmósfera creada por el texto. Vale decir, las condiciones de aparición de "Fuego en el fuego", su desenvolvimiento literal, prefiguran las claves de lectura que parecen más apropiadas. Cada uno de los cinco capítulos toma por título una consigna de protesta. Frases sueltas que nos resultan habituales -me lo resultan, al menos- y que apelan a un substrato común de vivencias. Es, finalmente, una literatura que se hace desde la acción política.
No me interesa abundar en los detalles mismos de la trama. Para estos efectos, podría bastar -pero esto es inflingirle un daño a parte del texto, y lo sé- con decir que se trata de una actualización de la Bildungsroman, en clave de mixtura. Lo que se mezcla aquí, con el ojo puesto en Pedro Paulo Silva Silva, es la formación de una conciencia estudiantil a la vez que sexual; el aparecer en escena de un sujeto que dibuja el tránsito entre lo apolítico y lo reivindicativo en su doble estatuto. Y es ya con este gesto que empiezan a borbotear las preguntas más inquietantes.
¿Por qué recurrir, en un momento histórico-literario como el presente, a esta forma literaria, al parecer agotada ya a mediados del siglo XX? ¿Qué explica una opción como el realismo narrativo más sencillo (en el sentido del término que lo opone a 'afectado', 'recargado') si es que se encuentra disponible un repertorio tan amplio de experimentos escriturales de los cuales se podría armar un pastiche más 'ondero'? Lo cierto es que "Fuego en el fuego" hace sólo leves guiños a la soltura de la palabra, y mucho más en el sentido de la adjetivación lemebel-esca ("la curiosa mano adolescente y enyegüecida", "la tiranía masculina y milica") que en los quiebres narrativos o en la fragmentación del relato.
Aquí, en la visible inactualidad de "Fuego en el fuego", se manifiesta la clave que creo ver en su formato. Si se rehúye del vanguardismo narrativo, ello bien puede responder a algo más que una cuestión de pericia escritural -que, por lo demás, no me encuentro en condiciones de juzgar-. ¿Arcaísmo? De seguro. El tono del texto no está de moda, sino todo lo contrario. Apela a materiales desgastados y busca construir, desde ahí, un relato que ofrezca la posibilidad de pensarse como parte de una historia entrecruzada y violenta. Trayecto que hemos dibujado, desde muy distintas posiciones, un número considerable de compañerxs. Camino difícil y aún inacabado, este proceso de formación de una colectividad mayor -cuyo nombre y destino siguen inciertos- no logra ser expresado del todo en las volteretas 'neo' y 'post' que han significado el salto a la fama (pero esto es algo debatible, si es que miramos con sólo un mínimo de criticismo la escuálida condición de nuestro campo literario) de una pandilla juvenil de disidentes con ganas de cámara al costo que sea.
En efecto, "Fuego en el fuego" no podría ser lo que es si recurriera a esos códigos: literatura para lxs amigxs y lxs compañerxs, ese esfuerzo solidario por decirnos algo, por armarse un lugar en el mundo con los pedazos desgalgados del lenguaje post-dictatorial. Puede ser osado -pero alguien dijo una vez que en Latinoamérica la crítica tiene que ser un riesgo mortal-, pero me parece que, con toda su modestia, con su renuncia discreta a la ampulosidad verborreica y al farandulismo escandaloso, "Fuego en el fuego" resulta un aporte a la construcción de una cultura de la disidencia sexual. Llegará el momento de los balances, por ahora corresponde dar todos los tumbos (escriturales, musicales, visuales) que sean necesarios. Y si ello implica volver sobre las formas desahuciadas, habría que preguntarse quién ha firmado el certificado de defunción y si es que los beneficios que de ello se obtienen van asociados al no-poder-decir. Cierto: la literatura militante nunca debiera bastarse con la militancia -debe aspirar, en el núcleo de su militancia, a ser la mejor literatura que le cabe-, pero en este momento histórico la urgencia, creo, pasa por darle un inicio a esa escritura con los materiales que nos permitan volver a mirar y a leer. Apuesto, entonces, por la complicidad de lo que está pasado de moda, por la capacidad liberadora de este reciclaje solidario.
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