Wednesday, 11 September 2013

40 años, antesala permanente

Al menos desde el miércoles pasado se ha desatado un caudal incontenible de palabras sobre estas cuatro décadas. Entre el 4 y el 11 de septiembre corren los siete días más extremos para la memoria del pueblo. No sé cómo hacer para evitar que esto sea 'una intervención más'. Tal vez sea necesario -para no ahogarse entre el mar de voces que se alza con el ímpetu de la rabia y la persistencia- recurrir a la experiencia personal, que para mí es, más bien, recurrir a su falta multiplicada. 

No tengo familiares detenidos desaparecidos o ejecutados o asesinados. Mi familia inmediata no conoció nada cercano a la militancia revolucionaria o la oposición a la dictadura; por el contrario, mi mamá y mi papá votaron por el Sí y por Büchi. De chico me contaban que el esposo de Gladys Marín estaba fondeado en Cuba o en Suecia y que nadie hablaba de lo que había pasado antes del 73. Votaron por Lavín y se quejaban por la persecución a Pinochet el 98. Nunca se han interesado por estar en un partido o en alguna agrupación que exceda las expectativas puesta en los padres.

¿Fueron ellos quienes me formaron en lo político? Escasamente. Al menos no de forma explícita, porque para ellos la política siempre fue más un problema que otra cosa. Los 'boches', la incomodidad de una toma o de un corte de calle. Mi memoria ha tenido que saltarse a la familia directa y buscar por otros cauces. Nadie me enseñó de la alegría de la UP, nadie me crío con la figura de Allende como la síntesis de la esperanza de un pueblo, nadie me cantó Quilapayún o Silvio ni menos tengo el recuerdo de que hubiera cortes de luz o lacrimógenas cerca de la casa durante septiembre. A ratos, no logro explicarme del todo cómo es que llegué a este punto en que -como todo universitario izquierdoso que se precie- me indigna cuanta cosa sale de las páginas del Mercurio y no aguanto ver la sarta de eufemismos que aguantan los noticieros. 

Pero hay algo aún menos explicable, y es que hoy mis viejos parecen compartir una experiencia similar. De seguro, no piensan en términos de militancia, clase o proyecto popular (tampoco sé hasta qué punto yo lo hago en serio, y no como pura fraseología; vivo en el miedo permanente a la pose revolucionaria). Sin embargo, no puedo dejar de impactarme y sentir que ha habido una victoria cuando los veo estremecerse por un repertorio tan conocido como el de Imágenes prohibidas; constatar que a ellos también se les parte el corazón con esos Teleanálisis de baja fidelidad, con el grito desesperado de quienes cayeron y con la bruta fuerza de los gorilas represores de la DINA. No, estos cuarenta años no han pasado en vano, y no termino de explicarme qué ha pasado para que lleguemos a un punto en el cual mi papá dice no comprarle nada a los diarios y que la educación debería ser gratuita para que los empresarios dejen de robar. 

Ha sido la lucha constante y lenta del pueblo por reconstruirse, por recuperar su dignidad, por volver a ser la que, en parte, es responsable de que hoy haya quienes estén dispuestos a replantear sus trayectorias enteras. Es a ese pueblo a quien le debo yo y le debemos todos en esta casa el poder apuntar a los represores y reclamar que se deshaga lo hecho. Sin la persistencia, sin la valentía, sin la entrega diaria y esperanzada del pueblo, que no ha cesado de hacer valer su derecho indiscutible de tomar la historia en sus manos, de no callar en el recuerdo, sin el espíritu de la lucha permanente, estaríamos con algún monigote de Pinochet todavía encima. Con toda probabilidad estaría yo abusando de los privilegios de clase que esta sociedad sigue considerando un derecho sacrosanto, poniéndole la pata encima a cuanta persona se me cruzase, como lo han hecho y siguen haciendo quienes conocí como 'compañeros de colegio'. 

Pero no, otra cosa ocurrió, algo quizás más problemático. Contra todo pronóstico, el pueblo no se rindió, no se humilló, pero fue acribillado y estuvo al borde de la desesperación. Persistió, persiste todavía. Ni la tortura ni el embeleso del consumo ni la justicia en la medida de lo posible ni el gobierno de excelencia han podido domesticar esa potencia furibunda y creadora, el torbellino que nos tiene colgados en una cordillera hostil. Han matado a Allende y tantxs más, pero quien ha muerto sólo sobrevivirá realmente si es que la lucha continúa. Se nos ha transmitido una tarea imposible, pero necesaria, la tarea de un pueblo capaz de soportar las peores violencias, pero que cada tanto muestra que no ha sido eliminado y que vuelve a ponerse de pie. Estamos siempre en el preludio, en el momento de la lucha anterior a toda definición. Venceremos. Vencerán.

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