Se ha dicho, con razón, que nuestros pueblos han estado ausentes 
de todas las citas amorosas con la ciencia, la literatura, el arte, la 
belleza y la ternura en que ha participado el ser humano durante los 
tres últimos siglos. En realidad, estábamos presentes a nuestra manera: 
es decir, con nuestro sudor y nuestros sufrimientos. Eramos en Asia, en 
Africa, en América Latina, el combustible biológico, que antes de la era
 de la electricidad, hizo posible el Siglo de las Luces y otras aventuras
 universalizantes de la cultura occidental.
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