Sin embargo, no esta la dimensión que rescatan los testimonios de los denunciantes o de los inculpados. Hay un énfasis en la dimensión de mancha de la sodomía. Así lo reclama Segundo Vargas Hernández, acusado de intentar cometer actos de sodomía con un niño de seis años, sin llegar a consumar el crimen: "Yo SSª, no soy un crimininal ni mucho menos, soy un hombre honrado, formal e incapaz de cometer el delito que se me atribuye. Sólo un depravado comete el delito de sodomía: y yo no soy tal".
Vargas no menciona la sodomía como un delito nefando, sino que enfatiza la desviación de los sodomitas como 'depravados'. El acusado busca presentarse como un hombre de bien y honrado, que no sería capaz de incurrir en algo tan inimaginable como la sodomía. Aquí encontramos otra dimensión de la actitud hacia la sodomía/violación/pederastia (todo bajo el mismo significante): la condición nefanda de la sodomía no se verifica sólo en el 'no hablar', sino que es ella misma algo impensable, fuera de los parámetros de lo aceptable en lo moral y en lo imaginario. La sodomía, reclama Vargas en su defensa, es algo que "un hombre de su edad y conocimiento no puede intentar [...] con un niño y estima que eso sería sólo la obra de un enajenado o depravado".
De este modo, las declaraciones de los acusados ponen de manifiesto su conducta intachable como forma de poner en cuestión la posibilidad de haber cometido actos de sodomía. No pesa en absoluto la violación como irrupción en la autonomía de un sujeto menor que no está en capacidad de consentir (tanto para quien juzga como para quien es acusado), sino la acusación de desviación, la lacra moral que implica el ser marcado como sodomita. Felipe Ávalos, comerciante de Valparaíso y acusado de realizar actos de sodomía con un menor vecino de su pasaje reclama la mancha que supondría haber cometido el crimen del que se le acusa: "Protesto a US que no tengo el feo vicio de la sodomía y que soy inocente del delito por el cual se me ha reducido a prisión"
La intimidad de las víctimas aparece como una dimensión ignorada, callada. Sobre todo los acusados buscan librarse de la autoría del crimen mediante la presentación de testigos que den cuenta de su intachable conducta. Un caso interesante es el de Nabod Quippes, chico boliviano de 15 años que vive en Antofagasta. La madre de Dagoberto Gallardo (7 años) lo acusa de haber sodomizado a su hijo, a pesar de que Quippes alega haberlo hecho con consentimiento del niño. ante la acusación, amigos y conocidos de Quippes declaran: "nos consta que es un muchacho honrado, trabajador y sin vicios; además con su trabajo ayuda y mantiene a su familia y lo estimamos incapaz de cometer actos que estén reñidos con las buenas costumbres".
El sexo homosexual, incluso en la violación, no se lee aquí como la irrupción del violador en la intimidad del otro, en su propia voluntad/consentimiento. Por el contrario, da la impresión que es la sodomía como crimen nefando la que irrumpe en la conducta intachable del sujeto acusado. ¿Acaso expresión de la "irrupción de lo Real lacaniano (llamado por Lacan 'la Cosa' [das Ding])? ¿Manifestación de lo que Freud llamaba 'lo ominoso' [das Unheimliche]? Si seguimos las claves del psicoanálisis, la Cosa es aquello que atrae, pero que esconde una dimensión amenazante [1]. Aquí el sexo, capaz de suscitar nuestro deseo en otras circunstancias, adquiere una dimensión ominosa, peligrosa incluso: si alguien cediera ante el deseo homosexual, no podría jamás reclamar para sí el título de "hombre honrado", "sin vicios". La acusación de sodomía, de violación, ambiguamente formulada es una dimensión que irrumpe dentro de la vida regular del sujeto acusado.
Finalmente, otra de las irrupciones nefandas de la sodomía, de un acto privado que irrumpe en la esfera pública se constituye en la necesidad de escuchar testimonios de algo que no se habla. Los tribunales atienden a la prsencia de informes médicos que describen aquello que no está acostumbrado a leer ni visualizar. Al tratar los crímenes de sodomía, la justicia tiene que "escuchar aquello ante lo cual comúnmente se permanece sordo" [2]. La sodomía obliga a entrar en la intimidad, en una intimidad de la cual no se quiere saber nada, cuyos componentes corporales no están a la vista en la vida pública 'normal y decente'. Un ejemplo detallado está un informe médico hecho a Jorge Sepúlveda (15 años, Antofagasta):
"El menor tenía en su ano demostraciones evidentes de haberse introducido en ese órgano un cuerpo extraño, pues tenía excreciones muy [¿?]. Examiné también al inculpado quien presentaba en su miembro viril las mismas demostraciones de un acto carnal, pues aún conservaba en el prepucio restos de semen, como también se observaba en sus ropas, en la región meconia del pene humedad y restos de semen"
Notas
[1] Chaumon, Op. cit., p. 65
[2] Íbidem, p. 87