¿Cómo se hace para decir algo, para hablar de lo que sea, sabiendo de la represión de hoy, de la violencia desbocada -esa animalidad cruda e incomprensible-, del ultrajamiento de tantos espacios, cómo se escribe y conversa sin caer en la frivolidad, sin correr el riesgo de sonar superficial? Y si sabemos, como venimos sabiendo hace ya harto tiempo, que esta no es la excepción, ¿qué respuesta le encontramos a la rabia recurrente, a esa que no cómo irse porque el pisoteo no se termina? ¿No ha llegado a resultar superflua la indignación? ¿Estamos ya en ese punto en que la vulnerabilidad y la exposición permanentes son cosa que no soprende ni atemoriza ni nada por el estilo?
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