No es sorpresa que al movimiento LGBT no le gusta hablar de clase. Es casi evidente que así sea, si, cuando lo pensamos con algo de detención, cualquier comentario sobre la clase significa un disparo en el pie para las organizaciones hoy hegemónicas. Porque si la dirigencia del MOVILH se olvidó de militancia de izquierda en los ochenta, la de =Iguales nunca la tuvo. De ahí que parezca perfectamente normal que frente a la huelga de H&M y Starbucks haya un completo silencio. ¿A quién le va a importar una demanda salarial? ¿Qué tiene que ver eso con la lucha por el matrimonio o el acuerdo de vida en pareja? ¿Cómo va a ser discriminación sexual lo de H&M si ahí a nadie se le pide ser hetero para trabajar?
Tampoco, es cierto, se ha portado tan bien la izquierda que suele hacer buenas migas con el mundo sindical. Las muestras de apoyo, usualmente profusas, han sido escasas. Una vez más, nada nuevo bajo el sol. El sindicalismo chileno tiene muchas cosas que mostrar en su larga historia, y la homofobia es una de ellas. Algo relacionado pasa con la escena agitacionista que salta, eufórica, frente a la primera huelga que pilla: como la demanda es poco ambiciosa, ni siquiera se han dado la molestia de aparecer o hacer los tradicionales saludos-slogan.
Doblemente abandonada, esta movilización necesita de un apoyo tanto o más urgente que las múltiples luchas que hoy arriesgan la existencia de cientos de miles de compañeres a lo largo del país. Y si es que hablamos del feminismo, la disidencia sexual (o lo LGBT, lo mismo da) y de la clase, me parece indignante que hagamos como si aquí no estuviera pasando nada. He insistido ya varias veces sobre el punto que con más agudeza emerge en casos como este: la conciencia de clase no aparece sola, y es justamente en jóvenes no-heterosexuales del mundo popular donde más se la echa en falta. Que ello sea así no es una coincidencia, porque la propia subjetividad se ha construido sobre la base de la huida de un mundo hostil, violento y profundamente patriarcal. Si a ello agregamos que gran parte del "ejército de reserva" que hoy trabaja en los sectores precarios del lumpencapitalismo local -retail, call centers y comida rápida- tiene una experiencia-identidad no-heterosexual, la cosa se complica aún más.
¿Cómo desatender la demanda por mejores condiciones de trabajo en sucursales de transnacionles con utilidades multimillonarias? ¿Cómo ignorar, a la vez, que esa demanda no es levantada por un sector cualquiera, sino por personas que debiésemos considerar compañeres de lucha, en la clase y en lo sexual? Sabemos que el neoliberalismo chileno es cruel, pero aquí esa crueldad parece agudizarse aún más, porque se ejerce una violencia sobre quienes hoy tienen menos capacidad de recurrir a la solidaridad que mantiene viva la lucha. De ahí que sea más urgente todavía el estar ahí, el difundir, el cooperar con insumos materiales e intelectuales en una pelea -qué duda cabe- que siempre es cuesta arriba.
Cierto, aquí no se trata de un paro en sectores productivos estratégicos, pero hay que reconocer que la pelea de Starbucks y H&M es, a su modo, una lección sencilla y cruda del núcleo del capitalismo: la plusvalía. Les compañeres reclaman trabajar lo mismo, pero ganar menos que otras filiales. No hay nada revolucionario, ni en el petitorio ni en la orgánica ni en los métodos de movilización. ¿Es argumento suficiente como para dejar a la deriva a les compañeres? Para nada. Por el contrario, si creemos en un proyecto realmente liberador, entonces hay que apoyar con aún más tenacidad. De lo que se trata no es de acarrear agua para el molino de las organizaciones, sino de iniciar, aunque sea precariamente, el camino hacia una politización mayor de quienes hoy viven bajo la doble negación de su experiencia como pueblo trabajador y como no-heterosexual.
Sabemos que las organizaciones LGBT no se prestarán para un quiebre real de la opresión del pueblo; probablemente, tampoco estos sindicatos estén en la primera línea de las barricadas. No importa. No es motivo como para no señalar la urgencia y actuar consecuentemente. Decir que queremos el fin del neoliberalismo y hacernos los giles con esta huelga es repetir los mismos errores que siempre comete la izquierda. Decirse de izquierda y decirse feminista es, al final del día, decir que queremos y actuamos por una vida en la que la violencia de hoy ya no exista mañana. No es acarrear banderas o tener consignas combativas y sin miedo o andar mostrando las tetas o hacer acciones de arte que nadie entiende o pedir permiso para casarse. Es, en mi humilde opinión, pensar y trabajar por un mundo en el que les oprimides ya no lo seamos, y para lograr eso hay que hacer la pega sin mezquindades. Eso es la solidaridad, eso es el apoyo mutuo.
Tampoco, es cierto, se ha portado tan bien la izquierda que suele hacer buenas migas con el mundo sindical. Las muestras de apoyo, usualmente profusas, han sido escasas. Una vez más, nada nuevo bajo el sol. El sindicalismo chileno tiene muchas cosas que mostrar en su larga historia, y la homofobia es una de ellas. Algo relacionado pasa con la escena agitacionista que salta, eufórica, frente a la primera huelga que pilla: como la demanda es poco ambiciosa, ni siquiera se han dado la molestia de aparecer o hacer los tradicionales saludos-slogan.
Doblemente abandonada, esta movilización necesita de un apoyo tanto o más urgente que las múltiples luchas que hoy arriesgan la existencia de cientos de miles de compañeres a lo largo del país. Y si es que hablamos del feminismo, la disidencia sexual (o lo LGBT, lo mismo da) y de la clase, me parece indignante que hagamos como si aquí no estuviera pasando nada. He insistido ya varias veces sobre el punto que con más agudeza emerge en casos como este: la conciencia de clase no aparece sola, y es justamente en jóvenes no-heterosexuales del mundo popular donde más se la echa en falta. Que ello sea así no es una coincidencia, porque la propia subjetividad se ha construido sobre la base de la huida de un mundo hostil, violento y profundamente patriarcal. Si a ello agregamos que gran parte del "ejército de reserva" que hoy trabaja en los sectores precarios del lumpencapitalismo local -retail, call centers y comida rápida- tiene una experiencia-identidad no-heterosexual, la cosa se complica aún más.
¿Cómo desatender la demanda por mejores condiciones de trabajo en sucursales de transnacionles con utilidades multimillonarias? ¿Cómo ignorar, a la vez, que esa demanda no es levantada por un sector cualquiera, sino por personas que debiésemos considerar compañeres de lucha, en la clase y en lo sexual? Sabemos que el neoliberalismo chileno es cruel, pero aquí esa crueldad parece agudizarse aún más, porque se ejerce una violencia sobre quienes hoy tienen menos capacidad de recurrir a la solidaridad que mantiene viva la lucha. De ahí que sea más urgente todavía el estar ahí, el difundir, el cooperar con insumos materiales e intelectuales en una pelea -qué duda cabe- que siempre es cuesta arriba.
Cierto, aquí no se trata de un paro en sectores productivos estratégicos, pero hay que reconocer que la pelea de Starbucks y H&M es, a su modo, una lección sencilla y cruda del núcleo del capitalismo: la plusvalía. Les compañeres reclaman trabajar lo mismo, pero ganar menos que otras filiales. No hay nada revolucionario, ni en el petitorio ni en la orgánica ni en los métodos de movilización. ¿Es argumento suficiente como para dejar a la deriva a les compañeres? Para nada. Por el contrario, si creemos en un proyecto realmente liberador, entonces hay que apoyar con aún más tenacidad. De lo que se trata no es de acarrear agua para el molino de las organizaciones, sino de iniciar, aunque sea precariamente, el camino hacia una politización mayor de quienes hoy viven bajo la doble negación de su experiencia como pueblo trabajador y como no-heterosexual.
Sabemos que las organizaciones LGBT no se prestarán para un quiebre real de la opresión del pueblo; probablemente, tampoco estos sindicatos estén en la primera línea de las barricadas. No importa. No es motivo como para no señalar la urgencia y actuar consecuentemente. Decir que queremos el fin del neoliberalismo y hacernos los giles con esta huelga es repetir los mismos errores que siempre comete la izquierda. Decirse de izquierda y decirse feminista es, al final del día, decir que queremos y actuamos por una vida en la que la violencia de hoy ya no exista mañana. No es acarrear banderas o tener consignas combativas y sin miedo o andar mostrando las tetas o hacer acciones de arte que nadie entiende o pedir permiso para casarse. Es, en mi humilde opinión, pensar y trabajar por un mundo en el que les oprimides ya no lo seamos, y para lograr eso hay que hacer la pega sin mezquindades. Eso es la solidaridad, eso es el apoyo mutuo.
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