Monday 26 June 2017

Allende, natalicio de

En mi familia -la inmediata, al menos, y sobre todo en los primeros años de infancia- siempre se habló con rabia de la Unidad Popular. Las colas, el desabastecimiento, las protestas. Cuando pregunté por el 11 de septiembre me dieron explicaciones genéricas, derechismo de manual. "El marido de Gladys Marín está en Cuba [o Suecia, era el exotismo de los exiliados de izquierda], escondido en alguna parte". Nunca hubo cultura de izquierda en la casa: ni Quilapayún, ni Silvio, ni orgullo de clase. Entonces, cuando vi el documental de Patricio Guzmán sobre Salvador Allende en el cine, apenas estrenado, no contaba con muchas referencias personales para anclarme a la historia que ahí se desenvolvía. No había visto La batalla de Chile (entonces, tampoco sabía bien quién era el documentalista; desconocía su voz y no lograba comprender por qué no aparecía nunca) ni tampoco tenía en la retina o el oído los discursos famosos de Allende. Fui al cine por curiosidad, pero también como un rito iniciático en lo que significa ser de izquierda en este país. En medio de la función saqué una libreta para registrar frases, canciones que acompañaban el material de archivo y, sobre todo, extractos de las intervenciones del "compañero presidente". El documental cerró con la grabación de "La ciudad" de Gonzalo Millán, que escuchaba por primera vez. Salí de la sala abatido, desorientado por la emoción que provoca la presencia de ese resto del pasado que ha sobrevivido y que nos toca. Años después, frente al estudio de esa disciplina que llamamos historiografía, podría entender de manera concreta las discusiones sesudas sobre el "relampagueo en un instante de peligro" o el "sublime histórico". Tenía para ellas un atajo con nombre propio: Allende.