Thursday 18 November 2010

Ajustes de lo superfluo

Supongo (pero siempre hay un riesgo en partir tan bruscamente de las suposiciones) que a casi todo el mundo le impactó tanto o más que a mí la noticia de los cambios en la distribución de la carga horaria que anunció ayer el Ministro de Educación. El esquema de más horas de castellano y matemáticas tenía el 'costo' asociado de reducir horas en historia y en tecnología. También iban a aumentar las horas de inglés. Todo esto entre 5º básico y 2º medio.

Al principio intentaba resistirme a pensar que fuese en serio. La medida se explicaba de manera vagamente contextualizada dentro de la necesidad de mejorar 'indicadores de desempeño' en esas áreas, siguiendo recomendaciones de un informe de la OCDE (no se menciona cuál, sobre qué tema, de qué año, de qué apartado se sacaron las propuestas, con qué espíritu hicieron la sugerencia lxs redactorxs del informe, &c), argumentando una suerte de 'efecto chorreo' del mejoramiento en estos ramos sobre otras materias del currículum. Si bien hay quienes me dirán que exigirle una profundidad discursiva a Lavín es un acto algo injusto, creo que subestimar al enemigo siempre es una mala estrategia, que termina volviéndose en contra de uno las más de las veces. Con eso en cuenta, propongo que hay que leer más atentamente la aparente improvisación del anuncio y la confusión que rodea la justificación de la propuesta del MINEDUC. La manera en que se presentó el cambio (entendido como el más grande ajuste curricular) dio cuenta de la escenificación más palpable de la lógica cuantificadora que se ha venido instalando cada vez con más fuerza en el campo de la cultura y la creación intelectual: el predominio del número, la individualidad pasiva del 'alumno' como referente del cambio educativo, la indeterminación cualitativa que a su vez opaca la fetichización del cuantitativismo. Al mismo tiempo, el que la noticia haya aparecido de manera inesperada testimonia el dominio efectivo que tiene el gobierno de la agenda política; Lavín (y por ende Piñera) puede darse el gusto de avisar de un día para otro que habrá una reforma del horario escolar y parece que no hay mucho que podamos hacer como para habernos enterado antes.

En el entendido que no estamos tratando aquí con una forma vacía, creo posible sostener que la modalidad del anuncia prefigura también su contenido. La UDI ha salido rápidamente a defender la pertinencia, la necesidad, y la utilidad del ajuste curricular, señalando que es lo que el país necesita para tener "más emprendedores". Al igual que Lavín, su omisión es lo más importante: el hecho de dicho salto (que se asume como de suyo deseable) ocurra a costa del ramo de historia y ciencias sociales queda sin abordar. No hay que subestimar la elocuencia de este silencio, puesto que es precisamente el anudamiento que se produce en el entramado ideológico el que debe ser el área para la crítica y la intervención política. La naturalización de la tecnocracia y el emprendimiento como los horizontes últimos de provisión de sentido no ocurre de manera limpia, sino que siempre implica un costo, que en esta circunstancia concreta es el despojo curricular de las humanidades dentro del espacio de la escuela.

Sería ingenuo a estas alturas plantear que el aumento en las horas de castellano traerá consigo una formación más acabada dentro de áreas como la literatura y la lecto-escritura crítica. La banalización del currículum escolar viene a consolidarse mediante una expansión horaria de dos ramos, que no hace sino contribuir al achatamiento intelectual que ya es la norma en las aulas escolares. La agenda que sale de la boca de las omisiones de Lavín no es sino el cercenamiento de la imaginación y de la posibilidad de abrir el sentido sobre la cultura, la memoria, y la historia, en favor de la beatificación de las 'ciencias duras' y las 'disciplinas productivas'. Me da la impresión que quienes nos ubicamos en el campo de la cultura, la crítica intelectual (en particular), la izquierda y las humanidades (en general) no hemos dimensionado lo suficiente los alcances que ya está teniendo esta política. No se trata únicamente de una repartición desigual del capital cultural (cosa, por lo demás, archisabida), sino de algo mucho más profundo: la capacidad colectiva de plantear una otra sociedad. Pretender que se puede prescindir del poder de la cultura a la hora de montar una oposición a los grupos que hoy hegemonizan la política es mucho más que una postura naïf; pasa a ser un error estratégico.

Lo que se puede jugar en las próximas semanas es mucho más que el interés puntual de un grupo más o menos reducido de profesores y futuros profesores. Digo "se puede jugar" porque hay que reconocer que quienes nos posicionamos no sólo contra el gobierno, sino que lo hacemos desde el espacio (siempre problemático, tensionado, tensionante y heterogéneo) de la izquierda, estamos en una posición desmejorada y desarticulada. De ahí que tengo la esperanza que sea la gravedad del asunto la que logre al menos condensar las fuerzas que permitan pasar de un mero pataleo a una recomposición tanto de lo que significan la cultura y las humanidades como de la izquierda. Porque nunca basta con oponerse a la banalización desde una posición iluminista, sino que de alguna manera hay que transformar la fractura de lo superfluo en la emergencia de un interrogante que pueda llevar al vocablo 'emancipación'.

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