Wednesday 23 February 2011

¿A dónde mirar?

Hace un mes Túnez, hace unas semanas Egipto, hoy Libia. El consenso a lo largo de los medios es que el llamado 'mundo árabe' (una denominación de la que no debiésemos dejar de sospechar, aunque en todo caso es más afortunada que 'Medio Oriente') ha estallado en una ola de agitación política, movilización masiva y/o revolución social, dependiendo a quien se le pregunte. Si las demostraciones tunecinas parecieron pasar casi desapercibidas, la revolución en Egipto evidenció una escalada de presión política que fue en paralelo con la agudización de las críticas de gobiernos occidentales al régimen de Hosni Mubarak. Primero el silencio, luego un pronunciamiento tibio de la secretaria de Estado de EEUU, y finalmente una demanda explícita por el comienzo de la transición. Todo en un espacio de casi tres semanas. ¿Quién hubiera pensado que Europa y EEUU se darían vuelta la chaqueta tan rápido? ¿Cómo vaticinar un cambio tan abrupto de posiciones políticas frente a una dictadura de 30 años? ¿Es/era posible dimensionar el nivel de la convicción con la cual las potencias occidentales condenaron ahora a Mubarak, siendo que mantuvieron un cómodo silencio por un tiempo prolongado?

Preguntas parecidas podrían hacerse en el caso de Libia. El país gobernado por Muamar Gaddafi ha sido el lugar de intensas manifestaciones y de lo que parece encaminarse a una guerra civil. Al menos eso es lo que pienso cuando leo las noticias sobre enfrentamientos entre ejército y civiles: cientos de muertos, bombardeos a manifestantes, dimisión de ministros, deserción de pilotos que se niegan a cumplir órdenes. Ha habido pronunciamientos del Consejo de Seguridad de la ONU, la Unión Europea estudia sanciones, e incluso el gobierno de Chile (¡vaya sorpresa!) se ha declarado en contra de la brutal represión del régimen de Gaddafi.

En la fértil provincia, en cambio, la situación parece ser todo menos convulsa. Lo más polémico a estas alturas es la posible reapertura del caso Karadima, junto a la sumisión que el gobierno manifestó frente a la UDI por la eventual destitución de Jacqueline van Rysselberghe. O, quizás, sea más atractivo para la opinión pública quién será el próximo DT de la Selección de football, la reina del Festival de Viña, &c &c. Otros temas han quedado, para variar, de lado: las sentencias de los activistas mapuche que protagonizaron la huelga de hambre, el alza del precio del Transantiago, la inflación, el alza del precio de los alimentos, las deudas pendientes tras el terremoto, la polémica por los proyectos energéticos recientemente aprobados (Isla Riesco), la sostenida campaña del terror de Hidroaysén, &c &c. El receso veraniego ha puesto en suspenso cualquier intento por movilizarse, y el tradicional arreglo de los flujos de información en los medios de comunicación no hace mucho por cambiar el asunto.

Al saber de lo que pasa en países como Túnez, Egipto, Bahrein, y Libia, no puedo sino sentir angustia y ansiedad al mismo tiempo. Las movilizaciones han tenido un distintivo carácter popular, a la vez que social y democrático en los sentidos más convencionales. En los aspectos políticos, el futuro es equívoco, pero las demandas claras: los regímenes tienen que cambiar, el Estado debe ser reformulado, las relaciones de poder deben reordenarse. Describir los procesos (con todas sus limitaciones y contradicciones internas) como esperanzadores es entre cursi y eufemístico. Pero me cuesta pensar en otro calificativo. En un marco de expectativas tan anquilosado como el de Chile, la aparición de tales 'estallidos populares' es una inyección de utopismo político que hace siempre falta. ¿Cómo hacer para trasladar esa forma de "reconocimiento universal" (Zizek) al espacio de acá? ¿Es posible desenmarcar los procesos políticos de sus contextos inmediatos de referencia, para luego re-enmarcarlos en un contexto que se sienta como 'propio'? ¿Qué hace que sociedades que consideraríamos como despolitizadas y deshumanizadas como las del 'mundo árabe' logren abrir estos espacios de oportunidad política revolucionaria?

Ocurren aquí al menos dos fenómenos. En primer lugar, es un error pensar que las movilizaciones son el resultado de un espontaneísmo de las multitudes que demandan democracia. Los países en cuestión no están habitados por una masa uniforme de sujetos con ocho esposas cubiertas con burkhas. Ni tampoco es el caso que los ciudadanos estén completamente privados de cualquier noción política. Por el contrario, están más politizadxs que nadie, al punto de estar dispuestxs a morir por una causa en apariencia simple, pero que esconde una densidad de posibilidades radicales. En segundo lugar, como consecuencia de lo anterior, me parece necesario sentirnos intepeladxs de manera urgente por las revoluciones populares del mundo árabe. El problema radica en no pensar que la interpelación debe traducirse en un transplante de métodos y tácticas (ni siquiera, podría pensarse, de estrategias). Si creemos que debemos importar las fórmulas de movilización masiva que hicieron caer a Mubarak, no haremos sino repetir los errores de la izquierda que miró primero a Moscú y luego a La Habana, antes que a sus propios espacios. Lo que sí hay que transplantar (pero no se me ocurre el modo) es lo que en alemán recibe la denominación de Zivilcourage; lo que necesitamos más que nunca es la valentía política de estar dispuestxs a morir por vivir de otra manera.

Cierto, no estamos bajo una dictadura como la de Gaddafi o Mubarak. Pinochet ya no está en La Moneda, al menos no su cuerpo físico. Pero el cuerpo político de Pinochet, el espíritu de Pinochet, sigue ahí dando vueltas. "Todxs tenemos un pequeño Pinochet dentro". Así parece ser. ¿No es suficiente acaso un alza tan brutal en el precio de la vida para salir a mostrar el descontento? A mí al menos me parece así. Pero no ocurre. Nada ocurre en el país. Nada que parezca importar, nada por lo cual irse a las manos, nada que escape de una rutina televisiva y farandulesca, nada por lo cual querer tirarse de un octavo piso. Nada de eso. O tal vez me equivoco, y sí hay de eso, pero no de lo que a mí me gustaría, porque la gente sí se va a las manos por el football y por el Festival de Viña. Por eso creo que necesitamos más que nunca algo, un poquito que sea, del valor árabe.

Cuántxs no morirían de vergüenza al ser martirizadxs hoy.

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