Monday 9 May 2011

Por cada Hidroaysén...

Decir que la aprobación lograda por el proyecto Hidroaysén hoy era inesperada es pecar de ingenuidad. Toda medida hasta ahora ha sido insuficiente para detener el proyecto. Que hay intereses cruzados y personas que votan con el ojo en su bolsillo (o en el de su cuñadx, hermanx, familiar y/o amigx) también es sabido hace un buen tiempo. Ni qué decir de la cobertura de los principales medios de comunicación (el affaire de El Mostrador no deja de ser ejemplar al respecto).

La retórica ecologista nunca ha sido una gran aglutinadora de masas. Y es de esperar que esta vez tampoco lo sea. Personalmente, no confío mucho en el discurso ecologista como núcleo desde donde articular la oposición; la facilidad con la que parecen satisfacerse las demandas multitudinarias produce una rápida dispersión de las fuerzas sociales. Una vez que se dice 'no' a un proyecto polémico, cada unx vuelve a su casa y a sus intereses/luchas particulares. No quiere esto decir que el camino suicida en el que se encuentra el capitalismo mundial (en términos del agotamiento de todo factor productivo a costa del capital) no pueda producir un movimiento político a partir de la ecología. Sólo me parece que, en la situación actual, una articulación a partir conflictos ecológicos particulares constituye una alternativa débil para hacer frente a algo más que el cuco de los empresarios contaminadores.

Pensar en cómo superar estas limitaciones es el desafío. Y creo que quizás hoy el camino pueda ser en pensar y en actuar desde un afecto, más que desde un movimiento determinado (v.g., Patagonia sin represas). Hidroaysén no es ni la peor ni la única manifestación de lo que sostiene el entramado de relaciones que regulan hoy la vida en común. Si del capitalismo neolibral chilensis se trata, me parece que ya la situación se ha deteriorado tanto, la izquierda se ha deteriorado tanto, los lazos y frotes sociales se han deteriorado tanto, que lo mejor parece ser la indignación. No lo único ni lo definitivo, pero quizás lo mejor.

Movilizar los afectos y movilizarse. Tal vez sea la táctica para reconstituir la comunidad inoperante en que nos hemos convertido. Indignarse, marchar, manifestar que ya no hay por qué (que nunca hubo razones para) aguantar que las cosas se hagan a las espaldas de quienes no nos sentamos en ningún sillón de cuero de $3.700.000, ni de menos. Que estamos chatxs que la gente que se llena los bolsillos de plata no tenga el más mínimo descaro en escupirnos en la cara a la hora de votar un proyecto así de indigno. Que tampoco confiamos en que la Concertación venga a salvar el día, porque en estas cosas también se pareció al gobierno. Que no hay por qué aguantar que se roben y echen a perder lo que no es de nadie, por muchos títulos y papeles que digan tener lxs Matte, lxs Piñera, lxs Hinzpeter, lxs Golborne, et. al. Que el elástico no puede estirarse para siempre. Que las crisis no se van a terminar porque paguen un bono o un 'postnatal' o tiren un par de chauchas más para que la educación privada gane más, y de paso se ponga más privada.

Cada Hidroaysén es una gota que tiene que derramar el vaso. Estamos en el momento en que los condicionales se vuelven un lujo, en que no es especulación y teoría lo que sobran, sino que faltan las que movilizan. Y frente a falta del discurso articulado y racional, la indignación. En vez del libre juego de la escritura, la indignación. O quizás, mejor, junto a la escritura la indignación; junto a la protesta, la indignación; junto a las miles de conversaciones que faltan, la indignación; junto a los proyectos que siguen ausentes, la indignación; junto a la crítica, la indignación; junto a la solidaridad, la indignación. Juntxs todxs, avergonzadxs de lo que llaman 'patria', enrabiadxs, frustradxs, decepcionadxs, furiosxs. Pero antes que otra cosa, juntxs. E indignadxs.

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