Thursday 17 November 2011

(¿Nuevas?) polémicas sobre política, democracia, y representación: hablar de, hablar por, hablar con (o sencillamente, no hablar)

Bien por los textos, o eso pensaría uno en primer lugar, al ver el estado actual del debate al interior de la CEFH. La verdad de las cosas, considero una buena señal que la discusión no se dé exclusivamente en las conversaciones de pasillo o en intervenciones (eternas algunas de ellas, fomes otras) de asamblea. Bien por los textos, sí, pero me da la impresión que hay una atmósfera que se tensa aún más mediante estos gestos de formación de un espacio público 'a la antigua', en el espacio de la escritura.

Sólo por revisar la polémica última, en el texto de Alfonso Pizarro me topo con frases del tipo "Recientemente un comapñero escribió un muy mal argumentado texto en donde ni si quiera el título se condice con su contenido" o "De estudiantes de la facultad de filosofía y humanidades es espera más". ¿Qué se ataca con formulaciones así? ¿Qué política hay en esta escritura, y qué política está detrás de esta escritura? Ni qué decir tiene que el no ser capaz de identificar en momento alguno al interlocutor (Luis Guichard) es parte adicional del paternalismo que sustenta tales expresiones. Por lo demás, si vamos a hablar de textos mal argumentados, le recomendaría a Alfonso que no escupiera al cielo y se preocupe de revisar varias erratas, pues, si mi suposición no está errada, su política escritural está lejos de las disquisiciones post-estructuralistas o neovanguardistas que 'interrumpen la sintaxis' o desordenan los regímenes lingüísticos como estrategia de intervención y crítica del sentido. "De estudiantes que se van a Berkeley se espera más".

Sea como fuere, me preocupan más los términos del debate que asuntos más cruda y angustiantemente domésticos. Voto en urna o a mano alzada son a mi parecer síntomas de desacuerdos sobre qué entendemos por política, por cómo pensamos que hay que hacer política, qué horizontes le damos a la democracia (y si es que tenemos o no un acuerdo sobre aquello de lo que se trataría la democracia), qué idea de representación establecemos a partir de nuestras formas de organización, y un larguísimo &c. Creo que pueden identificarse algunos núcleos temáticos de disputa en los textos de Luis y de Alfonso (no he podido leer el de Nadine Fauré), e intentaré discutir en torno a y junto con ellos.

Primeramente, el asunto de la representatividad. Ciertamente, nos hace falta una discusión un poco más esclarecedora de las relaciones entre representación y política, entre representación y espacios de organización. Lo cierto es que representación y democracia no tienen por qué ser sinónimos, más todavía cuando tenemos arranques como el de Ena von Baer ("Si es que tú crees que tienes más representatividad... Yo represento a un sector de la ciudadanía que es muy importante"), que tensionan la idea de que hablar de representatividad (o arrogársela) es algo democrático. Por lo demás, ¿quién representa a quién, y quién se representa a sí mismo? El ejercicio, retórico a estas alturas, de decir "es que hay compañerxs en las asambleas que no hablan", "la inmensa mayoría de los estudiantes que no votan", se ha vuelto históricamente una forma de apropiarse de la voz de quienes brillan por su ausencia, cometiendo la misma violencia representacional de la que se acusa. A su vez, no creo que una asamblea general sea una instancia de representación en donde cualquier mediación desaparece, y todxs podemos hablar de manera prístina. Las condiciones de posibilidad de ese espacio traicionan cualquier inmediatez que se le quiera imputar, pero no habilitan un desmontaje de sus potencialidades políticas.

¿A qué limitamos la democracia? Me parece que el texto de Alfonso tiene una obsesión con los procedimientos, al punto en que multiplica majaderamente (en su texto principal como en los comentarios que acompañan) el término "dogmatismo metodológico". Ciertamente, Luis se hace cargo de los 'métodos', privilegiando la discusión y los consensos a los que nos llevarían las asambleas. No me termino de convencer de esta apreciación, en particular por la virulencia que han tenido algunas asambleas, pienso en particular en la discusión sobre el cierre de semestre. No obstante, la idea de que la democracia es más que sólo votar y decidir votando lo que vamos a hacer me parece tremendamente relevante en esto. El que nos quebremos la cabeza discutiendo sobre si votar en urna o a mano alzada tiene que ver, propongo, con formas de entender la democracia que se van presentando a sí mismas, poco a poco, como incompatibles. Por lo demás, la cuestión de los números y la participación está en el corazón del asunto: ¿vale más una democracia donde vota más gente o sólo aquella en donde se puede participar? ¿Se trata de métodos únicamente? ¿No lleva aparejado un procedimiento, en tanto 'forma de hacer', cosas que pueden y no pueden hacerse? ¿Es la democracia una forma universalmente válida y transhistórica (i.e., no atada a contextos ni procesos) de organizarse?

Todo esto termina por convocar, a mi gusto, el problema de la política y la experiencia. Si leo correctamente a Luis, quien sostiene que "si nos guiáramos por la gran pasividad y desmovilización de los últimos años, entonces difícilmente podríamos pensar siquiera en construir poder popular necesario para enfrentarnos a las políticas que tienen a la educación en la cuerda floja", entonces me parece que el asunto anterior se vuelve más dramáticamente claro. Aún si pensamos que la democracia es una procedimiento ¿para qué queremos la democracia? Si es que Alfonso también entiende que no se hace política de la nada, y que "es responsabilidad de la gente que queremos estar movilizada y apoyar el movimiento el ir a generar conciencia a los demás", ¿por qué señalar al mismo tiempo que " si la mayoría no quisiera estar movilizada, ni en paro, ni en toma, ni apoyar el movimiento estudiantil, entonces no estaríamos en ningún derecho de utilizar esos espacios"?

Veo aquí un problema capital: la transformación de un estado de cosas en otro estado de cosas. En definitiva, el problema del cambio histórico. La cuestión en disputa es cómo lo hacemos para llevar a cabo un cambio histórico, vale decir, cómo hacemos política. Y si ese es el tema, no podría concordar con Alfonso en lo último, porque pensar que debiésemos dejar las cosas tal cual porque nadie hace nada no es sino colaborar con la perpetuación de la hegemonía hoy existente. Reproducirla. "Hacerle la pega a la derecha", si es que se quiere. En esto, no puedo sino pensar en la lucidez de Beatriz Sarlo: "lo dado es la condición de una acción futura, no su límite". Desde ese punto de vista, el acierto que podría tener el hablar de "nueva normalidad" (horizonte posible de una hegemonía distinta a la que hoy existe) termina siendo desautorizado por la práctica misma de una normalidad que, al no reconocer que hemos atravesado un punto de no retorno, apenas y maquilla lo que había antes, haciendo una breve voladera de luces, y quizás fuegos artificiales. Pobreza de show.

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