Sunday 25 March 2012

Rabiosa fragilidad

Daniel Zamudio está en la Posta Central, o habría que decir, para ser más exacto, lo que queda de Daniel Zamudio está en la Posta Central. Me da algo de vergüenza haber pensado que tras la golpiza era cosa de tiempo el que se recuperara. Nunca supuse que fuera a ser tan grave. Y aquí estamos, muchxs en vilo, a la espera de que nos confirmen lo que sabemos. Daniel Zamudio, mal que nos pese, está muerto y sólo esperamos ahora que termine de morir su última muerte. Mientras esperamos, el sur sigue ardiendo y un temblor sacude a la ciudad. No se puede estar 'tranquilxs', porque el país cobra su venganza humana y geológica.

Me pregunto si importa realmente el que los responsables de la muerte de Daniel Zamudio sean o no neonazis. ¿Hace al crimen más odiable? ¿Qué tanto más tendríamos que vilipendiar el asesinato de alguien sólo porque se dice y le dicen 'gay'? ¿No debiésemos enrabiarnos de forma más implacable por los efectos que por las pretendidas causas? Quienes tienen en esto la cuota de responsabilidad son el testimonio de la sociedad que muchxs nos queremos, la sociedad que a muchxs nos enfada al punto de salir a la calle a exponerse, a poner el cuerpo. Daniel Zamudio parece no haber sido un militante de las luchas sociales, y eso no hace sino recalcar que las luchas son tanto más necesarias, porque cuando mueren personas como él, lo hacen a manos de muchos más que los perpetradores que quiebran los huesos. Si no pensásemos que él no es un mártir, entonces quedaríamos confinados a creer que sólo vale la pena luchar por quienes luchan como unx, por quienes piensan como unx, por quienes son como unx. Si la única lucha válida es la que engendra mártires, prefiero no lucharla.

La muerte de Daniel Zamudio quedará en las memorias de quienes pensamos cosas dispares sobre los 'temas de fondo', pero eventualmente pasará. Los buitres televisivos nos inundan ya, y seguirán inundándonos, con sentimentalismo y efectos vomitivos, sórdidos. En cambio, los asesinos y sus causas quedarán aún más. La ignorancia colectiva, el desprecio por las millones de viduas humanas de este país, que son la mayoría y que sólo son más ricas que el resto en el desamparo que poseen; los engaños ideológicos, el aspiracionalismo tóxico, todo quedará hasta que nos armemos. No bastarán leyes antidiscriminatorias; esto lo sabemos ya: en un país como este, las leyes no han estado casi nunca del lado de lxs dominadxs.

Nos quedará siempre la conciencia, después de Daniel Zamudio, de la fragilidad a la que estamos sometidxs. Una fragilidad que no es nueva; la fragilidad que se escucha en Villa Grimaldi, o en Ayacucho, que se encuentra sumergida e inencontrada en los mares y desiertos de nuestra América, emitiendo señales tenues que a veces redoblan la esperanza y la angustia. Nos quedará la rabia, entonces, y tenemos que cuidarla, porque no somos invencibles. No lo hemos sido nunca, a pesar de que ha habido victorias en el camino. Pero no, no somos cuerpos imbatibles, no lo somos. Pero somos cuerpos rabiosos, rabiosamente frágiles.

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