Thursday 6 March 2014

(A propósito de Arguedas)

Hace unas semanas terminé Todas las sangres. Tenía la intención de escribir algo, pero me he ido demorando y no logro dar con los tiempos que me permitan contemplar con el estremecimiento justo esa experiencia de lectura. De buenas a primeras, me asalta el reconocimiento de que al cerrar la tapa del segundo volumen he "completado" toda la novelística de Arguedas. De ninguna otra escritura puedo reclamar un grado de conocimiento parecido (posiblemente Woolf, pero ni de cerca), y me pregunto por el efecto que esta cercanía -¿cabe hablar aquí de intimidad?- está provocando en mí.

Quizás ahora pueda actuar bajo el supuesto de que me encuentro más "autorizado" para cualquier pronunciamiento sobre esta obra, pero me resisto a asumir esa (im)postura: una lectua al paso puede, por los motivos más inesperados, dar con esa fibra vibrátil que atestigua parte del sentido de un texto. Más aún: justamente en aquel contacto intempestivo es donde cabría apostar por aquello que remece y reconfigura el paisaje de las relaciones establecidas con determinados objetos. Una familiarización que abre las puertas de lo nuevo a causa de su ausencia de compromisos o lealtades previas, sin que ello fuerce al sadismo desconsiderado.

Llegado a este punto de recorrido, no obstante, me siento en proceso de hacer calces retrospectivos, como si estuviera en la escena inicial de Yawar Fiesta, llegando al abra desde donde se distingue una parte del pueblo indio. Sólo que, en esta ocasión, ocurre el desdoblamiento que posibilita la perspectiva de aquellos segmentos hasta ahora obstruídos, sin por ello ser invisibles. Siento la conciencia de una simultaneidad no-simultánea, expresada en la conjunción de visiones a tiempos distintos que se yuxtaponen en la rememoración de los relatos ya leídos.

Tras haber hecho el camino sinuoso entre varios puntos -que reclaman su estatuto de aquí y ahora al mismo tiempo- se me configura la imagen de una narrativa arrojada a su propio descoyuntamiento. Arguedas mismo es la primera víctima de la fricción irresoluble y fatal que tensiona los mundos constitutivos de su narrativa: la propia experiencia de una sociedad fisurada (una sociedad cuya experiencia histórica ha sido el perpetuo lidiar con sus fisuras mediante la negación que las profundiza y hace más inhumanas) y la imposibilidad real de que la escritura aloje -y aun, en su dimensión utópica, suture- al mundo en el cual se despliega.

Arguedas se plantea un desafío cuya intimidad irrecusable termina por volverme espectador desesperado y cómplice, de la misma manera que él también se figura a sí mismo. Sólo que no soy capaz de entrar en ese contacto secreto con una lengua y una cultura "cercadas para ser mejor dominadas", pero que en su escenificación escritural se abren de manera tan infinita que la esperanza se cuela por fuerza entre las hebras del habla interferida, del desentendimiento mutuo, de la irracionalidad creativa y turbulenta de una sierra que se defiende por medio del permanente desgalgarse sobre quienes la atacan.

De hecho, creo que es eso también lo que me ha ocurrido a mí: he sido impactado por una narrativa que es aluvional porque aluvionales han sido sus orígenes, escindidos a cada tramo, y no puedo negar que es la ininteligible utopía del yawar mayu la que me ha traspasado ahora que llego a este punto del trayecto.

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