Monday 7 April 2014

Wladimir Sepúlveda, in memoriam

Siempre se muere un poco más cuando las agonías se prolongan por un golpe que se da en otro lugar. Yace el cuerpo contuso y las piedras caen todavía a kilómetros de distancia, claman por otra sangre. Mientra más se derrama, más nos espantamos frente a la indefensión de una comunidad que se materializa ante el miedo a perder igualmente la vida. O tal vez no se trate de que la forma sea la misma, sino el miedo a perderla sin más, por saberse "algo" que amerita la muerte. Y no es posible, entonces, ser sorprendido por ella como creemos que le ocurre al resto, sino que estamos en permanente compañía de aquello que habrá de suscitarla (aquí, sin embargo, no gozamos de privilegio alguno, porque no seremos las primeras ni los últimos en vivir con la conciencia de que sólo contamos con tiempo a concesión). No tenemos la oportunidad de escapar de nosotres, a ver si le hacemos el quite por un rato a la muerte, pero siempre con ojo encima del hombro, pensando que quizás si soy menos fuertona o si me maquillo un poco más, me dejo más largo el pelo o mejor no uso esos pantalones, de chiripa ando tranquila unas cuadras después de la disco. Llega a dar vergüenza decirlo, pero a ratos la lucha parece ser sólo por el derecho de morir en paz.

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