Friday 18 July 2014

Cocinar para les amigues

No sé si cocinar me gusta sólo porque es un preludio a la comida (de la misma manera que, a veces, leer es el preludio de la escritura, o viceversa). En ocasiones un sandwich -esa comida que "debiera" sacarla a una de apuro- demanda una atención inesperada sólo por poner un ingrediente más, casi como un acto de vanidad. Pienso que así debe sentirse (pienso, porque se trata de algo completamente por fuera de esa automatización de lo cotidiano) el estar un poco atrasado y parar de todos modos una vez adicional para mirarse al espejo y maquillarse, o hacerlo en el metro camino a estudiar antes del cierre de semestre: atender a los detalles que contradicen el dictado de la necesidad/utilidad.

Pero quizás el pintarse no sea la mejor analogía, porque el goce más grande me viene de cocinar para el resto, sin importar de cuántas personas se trate. Hay algo en el disfrute simultáneo que separa, para mí, a la cocina de esas otras actividades para desatar los sentidos. Puede que también se trate de lo que, a lo largo del tiempo, he podido intuir como un componente feminista (hasta me da pudor decirlo así) en el preparar comida para otres.

Si el aprender a cocinar estuvo marcado por la urgencia, la cantidad por sobre la calidad y, además, las condiciones del apuro que sólo ponían presión para que el agua hirviera más rápido (en definitiva, todos los aspectos opresivos y, por qué no decirlos, autoritarios), ahora la cocina es como un paréntesis a la vez que una caja de sorpresas para regalar de manera indiscriminada. Ahí puede haber abundancia y generosidad no sólo por lo que llega al plato, sino por el sencillo hecho de asumir una el trabajo doméstico como algo placentero y no como una mera imposición. La semana pasada Julieta Paredes y Adriana Guzmán hablaban de la maternidad como experiencia comunitaria y no como esclavitud individual, y el desplazamiento hacia la comida se torna inevitable, justamente porque se trata del momento en que se puede lograr la realización individual en el encuentre con les otres.

Tanto quienes están más cerca como la gente conocida al pasar puede haberse dado cuenta que pocas cosas me satisfacen más que cocinar para el resto, aun si es que todavía no me libro de esa inseguridad absurda de darle en el gusto a todes, de temer que alguna cosa no quedó a punto o que podría haber intentado algo más showcero. Carezco de casi todas las habilidades manuales o de lo que usualmente se denomina como "creatividad" (no pinto, no dibujo, no soy capaz de armar cosas ni de trabajar con herramientas caseras), pero en una cocina me siento cómoda y contenta (por lo mismo me frustra cocinar improvisadamente, sin saber con qué cuento o sin esos implementos pequebus que hay en mi casa). Hacerle comida a mis amigues es, quizás, la forma en que puedo asumir de forma concreta la transformación de relaciones sociales que un feminismo de clase pretende: echar por tierra la superioridad del trabajo intelectual por sobre el material, darle un lugar a los afectos como parte del trabajo, visibilizar la importancia del trabajo doméstico para la sobrevivencia, crear lugares en los cuales todes podamos sentirnos valorades.

Y, también, está la cuestión "estética". Hace unas semanas -en una conversación con la dosis usual de humor y ridiculez- comenté con las Champurrias que, para mí, la cocina era la experiencia artística completa porque integraba todos los sentidos posibles, desde la preparación hasta que se come uno las migas del pan. Por eso me enoja tanto que haya quienes se preocupan del peso, la comida y la figura corporal como si fueran valores en sí mismos. ¿Qué sentido tiene un mundo en que no se puede chanchear con les amigues si uno anda triste? ¿Realmente vale la pena ir al gimnasio todos los días y matarse de hambre sólo para confirmar las expectativas de belleza de una sociedad tan enferma que dice que hay cuerpos que sencillamente no son válidos por no "mantenerse en forma"?

La rebeldía culinaria no es substituto de nada, de la misma manera que el placer de un postre no es capaz de darlo el más sesudo análisis de coyuntura. Lo cierto, sin embargo, es que se han hecho revoluciones sin manuales de táctica y estrategia, pero no se cambia la historia con el estómago vacío.

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