Monday 11 August 2014

Infancias (transicionales)

I
Extraña relación con el "Día del niño". En muchos momentos siento que no la nostalgia que ataca a todo el mundo pasa de largo conmigo. Crecer no ha sido, a fin de cuentas, tan terrible. O, más bien, en el contraluz de las cosas que fueron quedando atrás la situación actual (ese momento de tránsito, el lugar intermedio entre la juventud que se repite y la adultez que se elude a toda costa, con los mayores esfuerzos posibles y no poca dosis de pánico) adquiere otro contorno.

Se mezclan las imágenes, por eso la infancia-memoria funciona por yuxtaposición. ¿Qué importancia puede tener la coherencia narrativa a los ocho años, cuando se es aún muy pequeño como para asistir a funerales pero ya lo suficientemente grande como para estar informado de la muerte familiar? De alguna forma, la secuencia es menos importante que la simultaneidad, el montaje tiene un valor completamente derivado porque no se juega nada en la coherencia de un relato sobre la niñez.

Recolecto algunos trozos, no por afán de fragmentación, sino casi todo lo contrario. Quiero dar un tipo de testimonio, y sólo logro armarme escenas en virtud de lugares (las plazas cerca de la casa, el recorrido de la 333 hacia Maipú en los veranos, los intentos repetitivos por ver el mar camino a playa) y olores (pastelera, cemento mojado, cáscaras cítricas sobre la estufa a parafina), a veces objetos (juguetes compartidos en un cesto de mimbre, los primeros libros, el primer -y casi único- cambio de cama).

II
Difícil hablar de nostalgia cuando pienso en la niñez. Por cada instante que asocio con el refugio cálido de la nostalgia se me aparece aquello que permite recordar de esta forma. Soy de ese lote que creció en la transición, muy chicos para hablar de primera mano de la dictadura y demasiado grandes como para no tenerla rondando de alguna forma (por eso es que el testimonio se me dificulta; llegamos muy tarde y muy temprano a la vez, y eso es lo que se le prohíbe a cualquier testigo: no haber estado ahí).

En mi caso, las fechas parecen alinearse de manera ominosa. Me cuesta pensar "como niño" más allá de ese inicio del fin de la transición (uno de los muchos) que fue la detención de Pinochet, el 98. Y, a la vez, otro hito más, las movilizaciones de 2011, vienen a disputar nuevamente el derecho a pronunciar por muerta la política de los noventa. Por lo mismo es difícil, una vez más, la nostalgia. ¿Cómo se puede querer volver al hogar de una época que representa todo lo que aparece hoy como repudiable? Y, al mismo tiempo, ¿cómo habría transcurrido esa infancia sin la tele infantil elusiva (Cachureos, monos japoneses de todo tipo, amagues de programación educativa), sin la ignorancia de las coyunturas políticas, sin el espejismo de la economía rozagante del chorreo (la riqueza tan cerca para quienes todavía no sabían cómo olvidar que eran pobres)?

Nos encontramos transicionando justamente por no tener casa a la que volver. Ya es muy tarde como para desear esa restitución: Sailor Moon sacó un nuevo ciclo y es eso, al parecer, lo que renueva los entusiasmos por ver el anterior. Pero ahora todo está más condensado, los tiempos ya no son los mismos como para ver una pelea expandida a lo largo de dos semanas; la urgencia pone un acento incómodo en el pasado. Yo no quiero volver a ser el mismo de antes antes ni mucho menos el de hasta hace poco.

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