Monday 26 July 2010

Indulto y otras cosas

Lo que me ha molestado más de todo el debate sobre el llamado 'Indulto Bicentenario' (además del hecho de que, como casi todo lo que ocurre este año, lleva esa etiqueta ridícula de los 200 años - se pregunta uno siempre, ¿de qué?) es el hecho de que las Iglesias cristianas han usado su condición de tales para conformarse como actores políticos privilegiados frente al gobierno. La pregunta que hay que hacerse es: ¿qué hace que la Iglesia católica se sienta con el derecho/deber de presentar propuestas de indulto? ¿Por qué se sienten justificados en ocupar el espacio del Estado para hacer planteamientos de ese orden?

De cualquier modo, parece estar claro que, haya o no haya indulto, este no tocaría a condenadxs por violaciones a DDHH cometidas en Dictadura. Ticket con eso entonces. La consecuencia de esa premisa es que efectivamente hay que enfocar la discusión hacia otro plano. Me parece que las palabras de Francisco Javier Errázuriz en El Mercurio del domingo pasado son bastante decidoras: “La consigna 'Ni perdón ni olvido' no es compatible con un pueblo de hondas raíces cristianas”. Es precisamente este tipo de afirmaciones las que permiten explicar los gestos ultramontanos y fundamentalistas de la Vicepresidenta ejecutiva de la JUNJI, Ximena Ossandón (“El trabajo hecho al alero de la virgen es mucho más eficiente”).

Sin entrar en la nula justificación de tales afirmaciones, ejercicio que no deja de ser interesante, productivo, e importante, creo que aquí hay destacar cómo opera ideológicamente una presunción sumamente antigua: que en el fondo, somos todxs cristianxs y que quien no lo es, está un poquitito equivocado (en el mejor de los casos).

Lo sorprendente, entonces, no es que esta gente piense tal cosa, sino que quienes no lo creemos no hagamos algo para oponernos a ese nivel tan brutal de violencia simbólica. Un profe me decía la semana pasada que en realidad lo único que está haciendo la Iglesia católica es pasar la boleta por la defensa de los DDHH en Dictadura. Que todxs sabían que esto se venía y que era el precio a pagar. Pero me pregunto si es que acaso no se le ha pasado la mano a la izquierda y a la Concertación con el hacer vista gorda a este tipo de incursiones que nos acercan lentamente a un Estado tácitamente confesional.

Contra esto, levantar una voz política mínimamente laicista parece hoy imposible. Y sin embargo, me parece que dicha voz podría hacer emerger y converger una serie de inquietudes y propuestas que hoy se encuentran derechamente apabulladas en el espacio público. El aborto, la eliminación de la familia como eje articulador de la sociedad, la posibilidad de vivir como sexo-disidentes (aseguramiento, entonces, de derechos sexuales y reproductivos básicos como es la despatologización trans y la eliminación de protocolos de asignación de sexo), la superación de los consensos desmovilizadores que supuso la transición en términos de olvido y desarticulación de movimientos políticos, entre otras cosas. Lo que tampoco quiere decir que sólo el laicismo y el anticlericalismo lograrán conformarse como clave política única. Más bien, se trata de concebir una política desde la izquierda que rompa con el silencio tácito que permite a la Iglesia seguir metiéndose en asuntos públicos en calidad de actor político privilegiado.

Quizás quemar un par de capillas sea un buen comienzo.

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