Saturday 18 June 2011

Neoarielismo, educación y el estado actual de las movilizaciones

Que las últimas semanas la agenda política ha estado definida por la educación no hay cómo negarlo. Desde lxs universitarixs a lxs secundarixs, con participación de académicxs, rectores, profesorxs de educación secundaria, parece haber un ánimo general por poner en discusión una amplia variedad de temas que, no obstante su diversidad, apuntan a un nodo central: el rol y carácter de la educación pública en la sociedad chilena actual. A eso se han referido las constantes declaraciones emanadas de las unidades académicas y organizaciones estudiantiles. De eso hablan los petitorios y las demandas que han sido presentadas una y otra vez a las autoridades del gobierno.

La marcha de este jueves 16 es un hito dentro del movimiento. Da la impresión que lo más sorpresivo no fue tanto la confluencia de actores como la masividad de la protesta. Que sea la educación pública la que aúne a tanta gente, y no HidroAysén u otra reivindicación más transversal, es un indicador del momentum que está tomando el movimiento y de las fuerzas que es capaz de concitar en torno a sí. La dirección que tomen los acontecimientos dependerá, en gran medida, de la capacidad de todxs quienes estuvimos ahí para mantener la presión sobre las dirigencias y sobre el gobierno. Se trata de desbordar los marcos de la política de transacciones y desmovilización, de reconstituir culturas políticas de protesta y disenso, de superar las acciones mínimas y aprovechar de instalar ejes gruesos de discusión.

Ahora bien, hay algo que me inquieta sobre las cosas que se han dicho hasta el momento. Me parece necesario, como alguien que estudia y trabaja desde las humanidades, resaltar una o dos cosas sobre el contenido de las movilizaciones. La defensa de la educación pública no es, ni puede ser, una defensa de algo abstracto. Si es que la voluntad está de no hacer una movilización meramente reactiva o conservadora de lo que hay, es pertinente cuestionar cuáles son las bases para optar por una educación pública, además de intentar precisar qué tipo de educación pública es esa que se quiere. Por mi parte, no puedo hacer una revisión exhaustiva de todo lo que a mí me parece que debiera implicar la educación pública, por lo que intentaré atenerme a mi ámbito más específico de competencia.

Medio en serio y medio en broma, una de las consignas con las que salimos a marchas algunxs compañerxs fue 'Neoarielistas indignadxs'. La pregunta era: ¿qué es el neoarielismo? Y, más aún, ¿qué tiene que ver con el movimiento estudiantil? Son preguntas estrechamente ligadas. Si entendemos, como yo entiendo, al neoarielismo como crítica latinoamericanista (y por ende, situada) de la hegemonía del saber utilitario, a la vez que como afirmación del valor fundamental de la educación/experiencia estética, entonces es posible vislumbrar algunas conexiones. No hay un vínculo natural entre neoarielismo y movimiento estudiantil, como tampoco lo hubo entre arielismo y reforma universitaria. Lo que sí hay, son posibilidades.

Una de las críticas profundas a la educación en su estado actual es el privilegio que tienen aquellos saberes productivos, en desmedro de todo lo que no opere en función del proceso general de acumulación capitalista. La neoliberalización de la sociedad ha tenido como consecuencia la neoliberalización de la universidad, con la consiguiente precarización de las humanidades, artes, y ciencias sociales en favor de disciplinas 'rentables'. Esto responde, a mi juicio, a un orden social que ve todo objeto como potencialmente privatizable y sometible a la lógica irracional del capital. En nuestra particular posición, como un país latinoamericano subordinado a la economía política mundial, esto se ha expresado como el primado de la tecnocracia por sobre cualquier forma de crítica democrática radical. Que esto esconde la "nordomanía" denunciada por Rodó no debiera ser muy difícil de demostrar.

Defender la importancia del trabajo intelectual, de la estética, de la saber no-práctico, del potencial emancipatorio de la cultura letrada, es hoy una posición política más necesaria que nunca. Por eso, me parece que no hay que pensar que Ariel se opone a Caliban, que Ariel es connaturalmente enemigo de Caliban, sino que aquel puede ponerse al servicio de este sin abjurar de condición. En otras palabras, que aquello que preocupa al neoarielismo tiene todo que ver con la crítica al actual sistema de dominación. Que el neoarielismo no se contrapone a la emancipación de las "masas enardecidas" o "multitudes minoritarias", sino al neoliberalismo.

Defender la educación pública desde las humanidades (me) implica defender estas posturas. Me parece necesario insistir que lo 'inútil' tiene un valor reivindicativo y un potencial transformador en las actuales circunstancias. Si la transformación de la imaginación es parte de la tarea de las humanidades y las artes, no veo cómo esto no puede sino ser convergente con la actual dirección de las movilizaciones. Defender la educación pública, entonces, no es pedir más o menos plata, no es decir que queremos más o menos lucro, ni tampoco es pedir más o menos cogobierno. Es, en parte y no exclusivamente, defender la posibilidad de una experiencia que no debe serle vedada a nadie en principio. Y si no somos lxs estudiantes de humanidades, lxs intelectuales, quienes defenderemos esa postura, ¿quiénes?

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