Saturday 8 October 2011

Pop y política. Flashmob, pasacalle

[Este texto fue publicado originalmente en el fanzine Turba, editado por el taller "Cultura pop" que dirige Andrea Ocampo, pp. 101-104]

Los meses no han pasado en vano. Se nos han desgastado las zapatillas, pero parece que no lo suficiente. La ocupación que llevamos ya en el cuerpo todavía nos exige más esfuerzos, a pesar de que hayamos andado la calle en otoño, iniverno, y primavera. Estamos todavía metidos en una movilización que no ha querido acabarse, saliendo ya de nuestro propio "invierno del descontento".

Vivimos días de movilización, y lo que se mueve no es sólo un grupo de estudiantes o una alianza de organizaciones con el objetivo de avanzar hacia la obtención de demandas específicas. Me parece que estamos atendiendo a algo que no puede categorizarse simplemente como 'movimiento social', aun cuando de eso tiene mucho. De alguna manera, la contigencia parece estar manifestándose como algo que sobrepasa muchos de los esquemas que tenemos para pensar nuestro contexto. La praxis misma de una política que, insumisamente, se ha desmarcado de los canales tradicionales de participación, parece denunciar que los repertorios con los hasta el momento contábamos no han bastado.

Una mirada a la pantalla: miles de zombies bailando frente a la Moneda. Miles de zombies que dejan de maniesto una imagen ambigua: los cadáveres de la educación neoliberal chilena, poniéndose de pie al ritmo de Michael Jackson; una masa de cuerpos maquillados y organizados para exponerse, para hacerse ver. La producción de una proyección conectada a la distancia con una figura de quien poco sabemos sobre sus simpatías o antipatías políticas, pero que es capaz de convocar de todos modos. Un ícono pop, devorado o algo por el estilo. Regurgitado sobre el césped pisoteado y lacrimogeneado. El olor que se levanta con el barrido de la mañana siguiente y que aprieta la garganta. MJ for public education. El baile como una sinécdoque de las deudas, de las demandas, de las propuestas, de los cadáveres que están detrás del movimiento. Es triste pensar que anticipásemos a Manuel Gutiérrez, que murió sin deudas, pero no por eso deja de ser un cadáver que nos tenga que importar. Me importa que nos importe, tanto como los potenciales cadáveres que están todavía en los colegios, esos cadáveres potenciales a los que se les quiere negar la condición de tal. Como sea, Manuel Gutiérrez no es nuestro mártir, y los pequeñísimos partidos de izquierda vanguardista hacen carteles con su imagen, pero del flashmob y de las huelgas de hambre, nada.

Una mirada a la calle: comparsa de pitbulls y otros animales. Piezas de utilería proliferando por una ciudad forzada a mirar a la masa. Paso al lado de Chín-chín tirapié, uno de los perros-pacos se acerca. Parece más humano que los que miran desde la vereda con sus escudos. parece más respetable, dentro de su animalidad. La seriedad enojosa de la izquierda, ¿se resquebraja? El movimiento ocupa la calle, pone algo de desorden. Marchar ya es algo más que marchar, porque se trata de transformar la calle. Una acción performática que es, a su manera, performativa. En el escenario (¿pasarela?) que es la calle, estamos convocando la visceralidad propia de la política que sabemos hacer. Un monigote de Lavín, pancartas de Evelyn Matthei sodomizando al Gabinete, Zalaquett como una mosca, una constitución gigante con guillotina para el 14 de julio. La calle se vuelve el lugar de una escenificación política que, en algunos casos, pareciera querer operar miméticamente: quemar el guanaco de cartón y el de metal, pero se quema el de cartón porque el de metal está demasiado presente, a pesar de la masa. Es una procesión que oscila entre la metáfora de un deseo político y la actuación de una literalidad.

Algo se ha estado (re)constituyendo en los últimos meses. Hemos estado tramando algo, a veces demasiado separados. Una convicción que quisiera ofrecer a la discusión sería la siguiente: el espacio de la política es un espacio de decisiones que importan. Otra apreciación: las decisiones en política nunca son suficientes. Entonces, si pienso en las relaciones entre pop y política, creo que me son ineludibles tanto la necesidad como la insuficiencia de un pasacalle y de un flashmob. En un campo de disputa como el que estamos enfrentando, cada arma es necesaria y cada arma es insuficiente. Cierto, podremos hacer barricadas, podremos hacer videos para subir a Youtube, podremos tener asambleas de cuatro horas, podremos hacer una huelga de hambre, podremos ser clásicos, ser pop, ser vintage. Podremos ser muchas cosas muy políticas todas. Y sin embargo, una marcha no es un movimiento, aunque sea moverse en una dirección. Una barricada es incendiaria, y estamos en tiempos en que prenderle fuego a la institucionalidad está convocando miedos que me entusiasman y me ponen ansioso. Un flashmob, con todas las acusaciones de frivolidad, es una plataforma que no tiene a la frivolidad como propiedad esencial o inherente, sino que otorga la posibilidad de articular una imaginación que infiltra espacios del poder. Un pasacalle pone en evidencia las fobas al espacio público que nos han querido hacer asimilar.

Esperanza y preocupación. No obstante el optimismo de la voluntad, lo pop no es un aliado irrestricto. Muere Camiroaga, y no sale un solo segudo su video de apoyo a los estudiantes. Renuncia un general asesino con todas sus condecoraciones. Recién empezamos a hacer que se termine la transición, recién. Los ochente ya salieron en la tele. Los noventa están empezando a saler en/de la calle.

No comments: